"Un Poeta Novohispano"
Acaso fue rebelde acaso comprendió
Para qué me preguntas. Todos moriremos.
Aquí vislumbro campo, y viviré.
Esas montañas
Algo
*Río pequeño en La Habana
Un hombre muere en mí siempre que un hombre
Aunque no tenga andares suficientes
Por lo pronto
(Banquete fraternal de la Sociedad Gregoriana, 1872)
Mientras que vinos espumosos vierte
y el júbilo de todos se concierta
Villalba asoma su tranquila frente
¡Separóse el hermano del hermano!
¡Sólo va tras vosotros un suspiro!
Escuchad sin temor el rayo impío;
¡Para irnos con vosotros es temprano!
Más que a vosotros ¡ay! rápidamente
al otro dobla con su mano ruda;
en las entrañas, y en las venas hielo.
¿Sabéis cuál es el puerto, del camino
quién en las aguas moribundo vaga;
la luz de la esperanza todavía,
Sube el fuego a bajar las banderolas,
¿Qué es nuestra vida sino tosco vaso
Madre naturaleza, ya no hay flores
Oscuro dios de las profundidades,
Nacen en las pantanos del insomnio.
Lo que dice la piedra
Nos mira con su cuerpo todo de ojos
Ella es el mundo que otros desgarramos
¿Qué va a quedar de mí cuando me muera
¿Qué va a quedar de mí cuando me hiera
No quedará el trabajo, ni la pena
ha de borrar de la confusa arena
(José Emilio Pacheco)
Como se ahogaba en su país y era imposible
decir una palabra sin riesgo
Como su vida misma estaba en manos
de una sospecha una delación un proceso
el poeta
llenó el idioma de una flora salvaje
Proliferaron
estalactitas de Bizancio en sus versos
Acaso fue rebelde acaso comprendió
la ignominia de lo que estaba viviendo
El criollo resentido y cortés al acecho
del momento en que se adueñaría de la patria ocupada
por hombres como sus padres en consecuencia
más ajenos más extranjeros más invasores todavía
Acaso le dolió tener que escribir públicamente tan sólo
panegíricos versos cortesanos
Sus poemas verdaderos en los que está su voz
los sonetos
que alcanzan la maestría del nuevo arte
a la sombra de Góngora es verdad
pero con algo en ellos que no es enteramente español
los sembró noche a noche en la ceniza
Han pasado los siglos y alimentan
una ciega sección de manuscritos
"Crónica Del Forastero" (xxiii)
(Jorge Teillier)
Para qué me preguntas. Todos moriremos.
Eso no me ayuda. No, realmente no.
Gunnard Ekelof
Lo que importa
es estar vivo
y entrar a la casa
en el desolado mediodía de la vida.
El río pasa recogiendo la calle polvorienta.
Los satélites artificiales pueden rodear la tierra,
pero nada saben de ellos los bueyes enyugados a las
carretas.
Es el mismo de otro siglo el gesto del campesino al
descargar un saco de trigo,
el polvillo de la molienda danza en el sol sin memoria,
escuchamos el trote de los ratones entre los sacos dormidos
en la bodega,
y el oculto resplandor de las cosas
tiene un secreto revelado por los aromos.
Escucho el pitazo del tren
Escucho el pitazo del tren
cortando en dos al pueblo.
El pueblo donde pedí tres deseos al comer las primeras
cerezas,
donde me regalaron una lámpara humilde que no he vuelto a
hallar,
el pueblo que tenía unos pocos miles de habitantes cuando
nací,
y fue fundado como un Fuerte
para defenderse de los mapuches
(todo eso era nuestro Far West).
El pueblo donde aún humean mantas junto a cocinas a leña
y el invierno es la travesía de un tempestuoso océano.
Si me pidieran recordar
algo más allá de las calles donde di los primeros pasos
no sabría mucho que decir.
Creo que he estado en otros países
he visto día a día en las ciudades vehículos iluminados como
trasatlánticos
llevar rostros fatigados de un matadero a otro.
La vida es un pretexto para escribir dos o tres versos
cantantes y luminosos?, escribió un poeta,
pero tal vez yo no sea de verdad un poeta.
Me amo a mí mismo tanto como a mi prójimo
pero estoy dispuesto a desaparecer junto a todo mi prójimo.
Puedo rezar sin creer en dios,
a las noticias del día
suelo preferir leer memorias de oscuros personajes de otras
épocas
o contemplar los gorriones picoteando maravillas.
De nuevo alguien ve derrochar
los yuyos su oro al viento.
Alguien va a temer cada mañana que el sol no regrese,
alguien tal vez aprenderá a leer en diarios que anuncian
nuevas guerras,
alguien en la noche
va a tomar un carbón encendido para trazar círculos de fuego
que lo protegen de todo mal.
Quedaré solo en un bosque de pinos.
De pronto veré alzarse los muros al canto de los gallos.
Podré pronunciar mi verdadero nombre.
Las puertas del bosque se abrirán,
mi espacio será el mismo que el de las aves inmortales
que entran y salen de él,
y los hermanos desconocidos sabrán que ya pueden
reemplazarme.
Debo enfrentar de nuevo al río.
Busco una moneda.
El río ha cambiado de color.
Veo sin temor
la canoa negra esperando en la orilla.
"Hombre"
(Jorge Debravo)
Soy hombre, he nacido,
tengo piel y esperanza.
Yo exijo, por lo tanto,
que me dejen usarlas.
No soy dios: soy un hombre
(como decir un alga).
Pero exijo calor en mis raíces,
almuerzo en mis entrañas.
No pido eternidades
llenas de estrellas blancas.
Pido ternura, cena,
silencio, pan y casa…
Soy hombre, es decir,
animal con palabras.
Y exijo, por lo tanto,
que me dejen usarlas.
"New México"
(Jesús J. Barquet)
Aquí vislumbro campo, y viviré.
José Martí
He venido a quedarme detenido,
fijo en el aire, que no pasa,
en un espacio donde no me reconozco
sino por negación.
Esas montañas
no serán nunca los Andes, esas arenas
nunca serán el Sahara, ese río
aunque sucio también y mal interpretado
jamás será el Almendares*, ni yo
- este lugar que constituye mi cuerpo -
podrá hacerme ser aquí
el que una vez era.
Algo
que hoy sólo puedo concebir como un viaje
por mares y ciudades e historias
me ha depositado aquí sin yo haberlo esperado,
en un aquí que únicamente me afirma
por negación.
*Río pequeño en La Habana
"Civilización"
(Jaime Torres Bodet)
Un hombre muere en mí siempre que un hombre
muere en cualquier lugar, asesinado
por el miedo y la prisa de otros hombres.
Un hombre como yo; durante meses
en las entrañas de una madre oculto;
nacido, como yo,
entre esperanzas y entre lágrimas,
y ¿como yo? feliz de haber sufrido,
triste de haber gozado,
hecho de sangre y sal y tiempo y sueño.
Un hombre que anheló ser más que un hombre
y que, de pronto, un día comprendió
el valor que tendría la existencia
si todos cuantos viven
fuesen, en realidad, hombres enhiestos,
capaces de legar sin amargura
lo que todos dejamos
a los próximos hombres:
El amor, las mujeres, los crepúsculos,
la luna, el mar, el sol, las sementeras,
el frío de la piña rebanada
sobre el plato de laca de un otoño,
el alba de unos ojos,
el litoral de una sonrisa
y, en todo lo que viene y lo que pasa,
el ansia de encontrar
la dimensión de una verdad completa.
Un hombre muere en mí siempre que en Asia,
o en la margen de un río
de África o de América,
o en el jardín de una ciudad de Europa,
una bala de hombre mata a un hombre.
Y su muerte deshace
todo lo que pensé haber levantado
en mí sobre sillares permanentes:
La confianza en mis héroes,
mi afición a callar bajo los pinos,
el orgullo que tuve de ser hombre
al oír ¿en Platón? morir a Sócrates,
y hasta el sabor del agua, y hasta el claro
júbilo de saber
que dos y dos son cuatro…
Porque de nuevo todo es puesto en duda,
todo se interroga de nuevo
y deja mil preguntas sin respuesta
en la hora en que el hombre
penetra ¿a mano armada?
en la vida indefensa de otros hombres.
Súbitamente arteras,
las raíces del ser nos estrangulan.
Y nada está seguro de sí mismo
¿ni en la semilla en germén,
ni en la aurora la alondra,
ni en la roca el diamante,
ni en la compacta oscuridad la estrella,
¡cuando hay hombres que amasan
el pan de su victoria
con el polvo sangriento de otros hombres!
"Me He Vuelto Ceremoniosa..."
(Jacqueline Goldberg)
Me he vuelto ceremoniosa
han dejado de interesarme los ruidos
el silencio de los demás.
Prefiero una copa dando vueltas por mi casa
desayunar sin asuntos pendientes
regodearme en eso de ser absolutamente solitaria
absolutamente vieja después de todo.
Aunque no tenga andares suficientes
ni siquiera uñas cuarteadas.
Quizás en otro lado
el ánimo se recupere.
Por lo pronto
no aspiro a más rutina
que mi cama deshecha y vuelta a armar
una cierta efusividad que conduzca a ventanales cerrados
al bocado de sal que me hostiga
a mis dientes suplicando cepillo
al cabo de muchos días
muchos encierros
demasiadas ceremonias.
"Por Los Gregorianos Muertos"
(Ignacio Ramírez)
(Banquete fraternal de la Sociedad Gregoriana, 1872)
Cesen las risas y comience el llanto.
Esta mesa en sepulcro se convierte.
¡Vivos y muertos, escuchad mi canto!
Mientras que vinos espumosos vierte
nuestra antigua amistad, en este día,
y con alegres brindis se divierte;
y en raudales se escapa la armonía;
y la insaciable gula se despierta;
y va de flor en flor la poesía;
y el júbilo de todos se concierta
en una sola exclamación: ¡gocemos!,
y gozamos… La muerte está a la puerta.
Rechazar unas sombras, ¿no las vemos?
¡Ellas nos tienden suplicantes manos!
Ese acento, esos rostros conocemos.
¿No los oís?, ¡se llaman gregorianos!
Permíteles entrar, ¡oh muerte adusta!
He aquí su asiento… Son nuestros hermanos.
Pudo del mundo la sentencia injusta
proscribirlos, mas no de mi memoria:
Conversar con los muertos no me asusta.
Algunos de ellos viven en la historia;
otros, en florecer ocultamente
cifraron su placer, su orgullo y gloria.
Villalba asoma su tranquila frente
y el fraternal abrazo me reclama…
Y yo no puedo declararlo ausente.
¡Ay! en Fonseca ved cómo se inflama
el paternal cariño, no olvidado,
y, por nosotros, lágrimas derrama.
¿Será de nuestro seno arrebatado
Domínguez, que constante nos traía
un fiel amor y un nombre venerado?
¿No guarda nuestro oído todavía
los brindis que en el último banquete
pronuncian Soto, Iglesias y García?
Pero ¿será la Parca quien respete
los votos del dolor? ¡Empeño vano!
¡Turba de espectros, a tus antros vete!
¡Separóse el hermano del hermano!
Para sentaros a la mesa es tarde,
¡para irnos con vosotros es temprano!
Para vosotros, ¡infelices!, no arde
ya un solo leño en el hogar; ni miro
cuál copa vuestros ósculos aguarde.
¡Sólo va tras vosotros un suspiro!
Idos en paz; y quiera la fortuna
no cerrar a la luz vuestro retiro.
Odio el sepulcro, convertido en cuna
de vil insecto o sierpe venenosa
donde jamás se asoman sol ni luna.
Arraigue en vuestros huesos una rosa
donde aspire perfumes el rocío
y reine la pintada mariposa.
Escuchad sin temor el rayo impío;
y sonreíd al contemplar cercano,
vida esparciendo, un caudaloso río.
¡Para irnos con vosotros es temprano!
Aguarde, por lo menos, la Impaciente
que la copa se escape de la mano.
Más que a vosotros ¡ay! rápidamente
¿por qué de la existencia nos desnuda?
A éste despoja la adornada frente;
al otro dobla con su mano ruda;
a unos envuelve en amarillo velo;
y algunos sienten una garra aguda
en las entrañas, y en las venas hielo.
¡Ay! otra vez vendrá la primavera
y hallará en nuestro hogar el llanto, el duelo;
y este festín veremos desde afuera.
Tal vez alguno a despedirse vino.
Turba de espectros, al que parte, espera.
¿Sabéis cuál es el puerto, del camino
que llevamos? La tumba. Ya naufraga
nuestra nave; en astillas cae el pino;
quién en las aguas moribundo vaga;
quién a la débil tabla se confía,
y el que a la jarcia se subió, no apaga
la luz de la esperanza todavía,
y conviertan sus golpes viento y olas,
y el cielo inexorable un rayo envía.
Sube el fuego a bajar las banderolas,
y el ave de rapiña, el triste caso,
y las fieras del mar lo saben solas.
¿Qué es nuestra vida sino tosco vaso
cuyo precio es el precio del deseo
que en él guardan natura y el acaso?
Si derramado por la edad le veo,
sólo en las manos de la sabia tierra
recibirá otra forma y otro empleo.
Cárcel es y no vida la que encierra
privaciones, lamentos y dolores.
Ido el placer, la muerte ¿a quién aterra?
Madre naturaleza, ya no hay flores
por do mi paso vacilante avanza.
Nací sin esperanza ni temores:
Vuelvo a ti sin temores ni esperanza.
"El Pulpo"
(José Emilio Pacheco)
Oscuro dios de las profundidades,
helecho, hongo, jacinto,
entre rocas que nadie ha visto, allí, en el abismo,
donde al amanecer, contra la lumbre del sol,
baja la noche al fondo del mar y el pulpo le sorbe
con las ventosas de sus tentáculos tinta sombría.
Qué belleza nocturna su esplendor si navega
en lo más penumbrosamente salobre del agua madre,
para él cristalina y dulce.
Pero en la playa que infestó la basura plástica
esa joya carnal del viscoso vértigo
parece un monstruo; y están matando
/ a garrotazos / al indefenso encallado.
Alguien lanzó un arpón y el pulpo respira muerte
por la segunda asfixia que constituye su herida.
De sus labios no mana sangre: brota la noche
y enluta el mar y desvanece la tierra,
muy lentamente, mientras el pulpo se muere.
"Mosquitos"
(José Emilio Pacheco)
Nacen en las pantanos del insomnio.
Son negrura viscosa que aletea.
Vampiritos inermes,
sublibélulas,caballitos de pica
del demonio.
"Piedra"
(José Emilio Pacheco)
Lo que dice la piedra
sólo la noche puede descifrarlo
Nos mira con su cuerpo todo de ojos
Con su inmovilidad nos desafía
Sabe implacablemente ser permanencia
Ella es el mundo que otros desgarramos
"Presencia"
(José Emilio Pacheco)
¿Qué va a quedar de mí cuando me muera
sino esta llave ilesa de agonía,
estas pocas palabras con que el día,
dejó cenizas de su sombra fiera?
¿Qué va a quedar de mí cuando me hiera
esa daga final? Acaso mía
será la noche fúnebre y vacía
que vuelva a ser de pronto primavera.
No quedará el trabajo, ni la pena
de creer y de amar. El tiempo abierto,
semejante a los mares y al desierto,
ha de borrar de la confusa arena
todo lo que me salva o encadena.
Más si alguien vive yo estaré despierto.