Los hermanos Vinata y Kadrú, cuando la noche hubo comenzado a disiparse, hacia la mañana, al salir el sol, apresuradas e impacientes corrieron por la ribera… Allí vieron el mar de aguas profundas; el mar con su gran poblado, poblado de peces y de ballenas, de tiburones, de animales innumerables, espantosos, horribles y d variadas formas, de tortugas y cocodrilos: el mar terrible, cuyo clamor asusta, infranqueable por sus remolinos profundos, que llevan el miedo al corazón de las criaturas; el mar, removiéndose en sus orillas por la acción vigorosa del viento encrespándose por el furor de su agitación, acercándose, retirándose y removiendo sus innumerables ondas; el mar lleno de ondas que se hinchan cuando la luna crece, la mina más rica de pedrerías; el mar que produjo la concha de Krishna. Turbado en otro tiempo hasta su fondo por el poderoso Govinda, cuando bajo la forma de un jabalí estuvo buscando al tierra bajo sus ondas agitadas; ese mar, cuyo fondo no pudo encontrar durante cien años el Brahmarsi Atri, y que se apoya siempre en la bóveda del cielo; ese mar, sombrío lecho de Vishnú en su esplendor infinito, origen de loto, cuando en la remota época de la renovación del mundo, saboreaba el éxtasis de su absorción en el seno del absoluto el mar que allana las montañas conmovidas por la caída del rayo el mar, asilo de los Asuras vencidos por los dioses, ese mar que ofrece a Agni la ofrenda de su oleaje, se mostró a las dos hermanas como inconmensurable y como rey de las riberas. Y ellas contemplaron el vasto océano que parecía danzar en todas sus ondas y hacia el cual, rebosando de aguas profundas, se dirigía sin cesar una multitud de caudalosos ríos…
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